TRÍO DE ASES
A Puppet Master
Augusto, que es un tarado, dice que su botín se lo llevará en whisky, cigarros y chocolates para su negra. Pareciera no darse cuenta que estamos rodeados; que ni el whisky ni los cigarros ni estos putos billetes, podrán irse con nosotros a la maldita celda en la que nos recluirán.
Álvaro, a su vez, no tiene miedo y entiende perfectamente la situación. De pie, casi inmóvil junto a la puerta, pareciera estudiar la manera más eficaz de dispararle a cada uno de los uniformados que nos acecha desde la vereda. Él siempre dijo que para hacer esto, había que entrar a la ofensiva: un sólo disparo en el entrecejo ante cualquier movimiento sospechoso, que lo da el que saquea la caja, el otro atento a las puertas y el tercero espera afuera. Yo no pude dar el balazo,

Debí suponerlo. Augusto hablaba tan confiado y yo lo que más quería era creerle. Álvaro, por su parte, decía que con una 9mm él podía defendernos de una turba de hipopótamos, llegado el caso. A ratos creo que puede ser cierto. Lo veo tan ansioso, tan esperanzado en que lo obliguen a gatillar y tan dispuesto a hacerlo que, de verdad, creo que es cierto que, si nos ataca una turba de lo que sea, él sabrá defendernos.
Pero todo salió mal desde el principio.
Necesitábamos tres armas, que consiguió Álvaro entre sus amistades del barrio, las mejores, claro. Luego decidimos robar un auto. Fuimos a mi casa en busca de herramientas y al no saber elegirlas nos dimos cuenta que ninguno sabía hacer andar un auto sin llaves, lo que nos obligó a robar uno andando y en un semáforo escondido, le arrebatamos un auto viejo y pequeño a un anciano medio tieso y asustado. Al subirnos, Álvaro estaba de copiloto y Augusto y yo sentados atrás, mirándonos entre todos, buscando al que atinara. Ninguno sabía manejar, ninguno había tenido nunca un auto, el único que había conducido un par de veces era el tarado, porque su padre tuvo uno cuando él era adolescente, así que pasó adelante y en la primera acelerada, el auto se para antes de avanzar. Anduvimos así un largo rato, sin poder pasar segunda, recorrimos varios barrios aprendiendo a manejar, a estacionarse, a usar los espejos y recién pasado el medio día nos detuvimos para comprar cerveza y algo para masticar.
Ya estábamos listos: Augusto esperaría en el auto, Álvaro cuidaría desde la puerta y yo entraría directo a la caja a volarle los sesos a quien estuviese tras el mesón al más mínimo movimiento. ¿Todos conformes? Todos conformes.

Nos subimos y nos fuimos galopando los tres en el auto.
No teníamos claro cuál era nuestro objetivo, pero debía tener un sistema de seguridad altamente permeable, una salida de emergencia y un estacionamiento amplio. Buscando, dimos con el Almacén El Recodo, se veía un lugar acogedor y nos dio confianza entrar. Álvaro y yo nos bajamos con tranquilidad, sacamos las armas de la maleta y nos las repartimos: un 9 mm para él, un revólver para Augusto y una escopeta hechiza, pesada y difícil de manejar para mí. Entramos a paso largo y atravesé todo el pasillo hasta llegar donde el cajero, un anciano atónito de vernos.

Yo tuve una sensación de pena y alivio. Pena sobre todo por su viejita, si es que tenía, y alivio de no haber sido yo quien le había perforado su existencia.

Al parecer fue el sonido del balazo lo que nos delató. En seguida entró Augusto entorpecido por la curiosidad y después de escrutar el cuerpo y comentar lo incomentable, hizo una fina selección de sus productos favoritos.
Yo quedé pasmado, mientras me imaginaba al viejo en su casa, sentado tranquilo junto al brasero, untando el pan en el té a la hora de la siesta y no lograba entender por qué lo habíamos asesinado.
Desde la puerta me gritan “¡Ángel, la caja!” y después de procesar el mensaje, pasé tras el mesón, procurando no pisar al anciano. Abrí la caja y no había dinero suficiente ni para dar una fiesta. Fue mientras la vaciaba, cuando llegaron ellos. Fueron llegando de a poco y ahora nos tienen rodeados, no sólo la policía, sino también gente del pueblo, vecinos del viejo que, incluso de muerto, tiene cara de bueno. Algunos han llegado con palos. No sé si le temo más a la cárcel o a ser linchado por esta gente.
Álvaro sigue en la puerta, mirando con los ojos cuadrados de neurosis. Qué daría él por tener una metralleta para limpiar la vereda y salir por la puerta ancha pisando los fiambres, pero sólo tiene 17 balas, afuera hay más de 30 personas y seguirán llegando.


Con un megáfono, la policía nos sugiere entregarnos.
Augusto parece recién entender lo estúpido que fue al meterse donde no debía y a Álvaro se le ha vuelto la cara de toro y casi puedes verlo humear por la nariz. Me mira con cara de demente iluminado, abre la puerta y dispara seis balazos antes de caer acribillado en el umbral del lugar que arreglaría nuestras vidas. Augusto grita y se le tira encima, empapándose las manos con lo que quedaba de su amigo y yo me encerré en la bodega, ya que desde afuera no se ve el mesón y era muy probable que a mí nadie me haya visto. Rápidamente entró la policía. Yo podía oír al tarado alegar por la muerte innecesaria de Álvaro, pero de los seis balazos que disparó, dejó a 3 heridos graves. Podía oír las ambulancias llegando con escándalo, los llantos de las víctimas y de los que llegaban a ver a su gente. Pasaron muchas horas antes de que se llevaran los cuerpos y yo, todo ese tiempo, petrificado dentro de un cuarto minúsculo en una oscuridad abominable, a medio metro del cadáver que estaba siendo examinado.
No recuerdo en qué momento me acosté en el suelo y al despertar, ya todo estaba en silencio. Al levantarme y tratar de abrir la puerta, no pude moverla. La llave había quedado puesta del otro lado y quién sabe cuándo será la próxima vez que alguien la abra. Espero exista la viejita que tanto me conmovió a la hora de apuntarle. Me quedaré aquí hasta que alguien abra y saldré corriendo sin decir nada. Ac

Enterré mis zapatos y la ropa en el jardín, me duché y al salir estaban ahí.
5 comentarios:
Muchas Gracias !!!
Como siempre, un placer.
¡Ay malvada! ¡Me diste esperanza... se salvaría y al final lo pusiste frente a los polis o la gente!...
¡Ya vine y de nuevo me tuviste atrapado en tus letras!
Está padre este cuento. Me ha gustado. Me imaginé todos esos personajes tontos de los programas gringos de los 70, que echaban todo a perder en el último momento, pero juntos y haciendo un boicot general de sus propios planes, casi sin darse cuenta.
¡Genial!
La foto del vochito está padre (me recordó mi propio vocho, pero el mío era verde) y esa parte me hizo reír mucho... ¡No sabían manejar los mensos!... Ja.
Ya sólo para que quede perfecto, ponle "desmembran" y ya.
Trío de ases... ¡Seguro! Jajaja...
Te dejo un beso.
Quisiera leer un cuento de terror sicológico escrito por ti.
Tu puedes!!!!
pero el vioinista es un poco eso, o no?
mmm el violinista es mas novela negra ami parecer...
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