lunes, 3 de noviembre de 2008



DÓNDE ESTÁ MI PUPITRE





Yo no sé con qué intención ella me hizo esto.

Si bien es cierto que no soy bueno haciendo regalos y siempre caigo en cosas que ella no necesita, que ya tiene o que simplemente detesta, también es cierto que nunca ha sido clara en lo que requiere. Yo siempre agradeceré un buen whisky de malta, un clásico que no haya leído o tintas para la impresora; pero hoy, al llegar a casa, en vez de mi pupitre astilloso que me ha acompañado en mis mejores rachas y en las peores también, estaba este maldito escritorio de roble que dice ser mucho más distinguido y especialmente diseñado para los idiotas como yo que se pasan la vida sentados frente a estos.
Si fuese cierto que está hecho pensado en mí, debería tener, asimismo, un posa-vaso incorporado, un cenicero que nunca se llene, un recipiente que atraiga los deshechos y un espacio grande y redondo para cubrirlo con el culo de la que hoy me está llevando a la inopia.

A pesar de no tener ninguna de estas particularidades, la esquina derecha está especialmente diseñada para mi vieja impresora que, desde el nuevo arribo, no ha estampado una palabra.

Yo no me atrevo a decirle nada, no puedo recriminarle su acto de generosidad ni menos aún podría preguntarle donde puta quedó mi pupitre. A ella le bastó ver mi rostro para darse cuenta de la desilusión y eso que aún ni sospechaba de la imposibilidad que se me venía para darle el uso predestinado.

Llevo tres días inmóvil, atrapado dentro de estos maderos y no he podido parir una sola idea.

- ¿Cómo está el escritor más sexy del mundo? – me pregunta la culpada con su vocecita de tonta.
- Cagado - pienso yo – Cagado hasta las amígdalas por culpa de este mueble que no habla – pero no puedo ser tan cruel y sólo respondo - Bien, muy bien, gracias.

- ¿Cuándo terminarás tu novela, Amor?
- El día del pico. No he logrado escribir una sílaba desde que me ensartaste este maldito escritorio - pienso - Pronto, querida, pronto.

- ¿Crees que esté lista para la primavera?
- No creo que llegue a estar lista nunca si me sigues interrogando con pelotudeces - pienso, pero le digo - Si, es posible.

Y así he seguido por varias semanas. Poniendo a prueba mi indignación, mi paciencia y tratando de convencerme de que sólo es un capricho este del bloqueo, que las ideas no pueden estar sino en mi cabeza y que aquí, allá o donde el diablo perdió la cola, yo soy capaz de escribir la misma basura que escribía sobre la otra tabla apolillada de achaques de escritor maníaco.

Es que el otro, el mío, el de siempre, me lo regaló mi madre al ver las manchas de tinta en el cubrecama. En ese entonces, yo le escribía a Begoña, que se encargaba de hacerme la vida infeliz al no estar al tanto de mi existencia y mis intenciones con ella. Yo tenía 13 años y ella me superaba por 4. A esa edad, 4 años son una distancia insuperable. Son más bien 1.440 días o 2.073.600 minutos, si es que el año no es bisiesto, claro. Es una eternidad que, para mi diminuta experiencia, dejaba su rostro inalcanzable a mis dedos negros de tinta. Yo nunca le mostré mis manos, nunca le di la cara, nunca la enfrenté como hoy lo haría ni le dije lo que aún tengo ganas de decirle: “Flaca, siempre he querido tirar contigo. Creo que eres de esas minas que se despierta rica y que hasta borrachas se ven bien. Yo por ti me las juego. Dejaría el estadio y los amigos, dejaría el alcohol los lunes y miércoles y ya dejé de mancharme las manos con tinta por ti. Begoña… ¿seguirás tan linda? Seguro que no. No es que desmerezca tus años, creo que siempre serás bella, yo tampoco soy el que recuerdas…si es que alguna vez me miraste. Ahora estoy medio pelado y tengo una guata que avergüenza. Esto de pasar escribiendo es muy nocivo para el cuerpo, la mente y sobre todo para la pareja. Seguro, hace ya mucho tiempo, me habrías abandonado. Yo también lo habría hecho (a abandonarme, me refiero). Hiciste bien en no fijarte en mí, aunque si lo hubieses hecho, seguro que aún tendría mi pupitre. No creo que tú habrías tenido la falta de delicadeza de hacerlo formar parte del basural.”

Mucha gente cree que los escritores andan por la vida ávidos de escribir y que a cada momento vislumbran ideas geniales que urgen por ser escritas. Hay quienes creen que todo escritor lleva una libreta bajo el brazo para anotar esos chispazos que te sorprenden mientras manejas, en el supermercado o en la cena interminable a la que tu esposa te obligó a ir.

Los escritores, al contrario de esa imagen casi onírica referente a su inspiración, pueden pasar meses rogando de rodillas por una idea; luego, cuando dan con ella, la desarrollan rescatando anécdotas ajenas medio olvidadas, pretendiendo hacerlas propias de su imaginación que hace ya mucho tiempo dejó de ser fértil, y es que la productividad del cerebro no es constante. Ni siquiera es como las estaciones del año que obligatoriamente y al menos una vez cada 12 meses, deben florecer invictas, como si fuese la primera vez.

Hace muchos años, leí que en la corteza cerebral existen unos filamentos similares a los de la fibra óptica, que ante ciertos estados emocionales y/o nerviosos, pueden responder con ideas obsesivas que son reflejadas en reacciones psicóticas causadas por elementos tan externos, impersonales e inanimados como un cuchillo cocinero encaprichado por decapitar a tu pareja, una cama que no te permite hacer el amor o un escritorio que defiende su derecho a guardar silencio.

Yo ya no sé cómo hacerlo hablar. He vertido de mi mejor vino sobre él y en noches más cándidas, lo he acariciado con mis manos callosas repasando con mis dedos todas sus junturas, que parecen ser sus partes más sensibles; lo he decorado con mis únicos juguetes de infancia, para ver si entre lo lúdico y lo estúpido, logro desrigidizarlo, pero sigue igual de inmutable, igual de abúlico, apático y hermético.



Hoy le pregunté a Renata qué había hecho con mi pupitre.
- Lo saqué a la calle - me dijo con una naturalidad pasmosa que despertó en mí, los instintos más asesinos que jamás había sentido.
- A la calle.
- Sí. ¿A dónde más podría haberlo dejado?
- En su lugar. El que ocupaba desde mucho antes de que tú llegaras a reorganizar mis espacios y mis bienes.
- Disculpe amor, pero creo que el escritorio que hoy ocupa su espacio es incomparable con aquel trasto que desentonaba con el resto de nuestra casa.
- Nuestra casa… ¿Nuestra casa?
- Sí, nuestra casa. Soy yo la que me encargo de que luzca como un hogar y no como un estercolero como en el que debe estar aquel tablero en el que aprendió a escribir tu bisabuela.



Pensé en echarla. En agarrarla de su pelo pajoso y arrastrarla hasta la calle, a ver si terminaba en el mismo basural que mi pupitre. Pensé en espiar su recorrido, a ver si daba con él, pero luego recordé que tenía huesos y carne y que ella no esperaría hasta que se la llevara el camión municipal. Creo, incluso, que estos no se llevan a las personas, a menos que sean niños y el conductor guste de ellos.

- Si tú sientes que esta no es nuestra casa, después de ocho años viviendo aquí, limpiándote tu mugre, cocinando lo que te gusta y complaciéndote en todo lo que está a mi alcance, creo que lo mejor que puedo hacer es irme - me dijo con su mentón tiritando por un llanto que se veía venir - Y si tanto te molesta el escritorio que me costó más de lo que sacaste con tus últimos tres libros, me lo llevaré también, y es que a mí me parece perfecto.

Otra vez me cagó esta mina…traté de arreglarla, pero no hubo manera. Le dije que había tenido un mal día y ella me respondió que todos los míos eran así. Le dije que no exagerara, que ella sabía que esta era su casa, que cómo iba a echar nuestra relación por la borda por una palabra de más y me contestó que eso era sólo lo que estaba necesitando para liberarse de un lastre como yo, que por favor no siguiera, que por primera vez estaba conforme. Quise decirle entonces que se fuera, pero me dejara el escritorio, pero supe callar y creo que fue lo mejor.

Hoy tengo mi computador e impresora sobre el lado que Renata ocupaba en la mesa del comedor. He vuelto a comer en la cama, viendo lo mejor que la televisión me ofrezca a la hora que me acuerde de comer; la casa ha vuelto a ser el estercolero en el que solía vivir antes de la llegada de la que me abandonó y yo sigo sin escribir.



Tal vez no era el pupitre lo que yo necesitaba.

Tal vez era sólo talento.

13 comentarios:

Blas Torillo Photography dijo...

Querida Vale o Moni...

A la que no le falta talento es a ti. ¡Que buen cuento!, aunque ya parezco disco rayado (¿te acuerdas que hubo un tiempo en que los discos se rayaban?), te lo digo de nuevo: escribes genial.

Te dejo un beso y me voy pensando si no será que mi escritorio es el que me impide terminar los dos libros que llevan años ahí nomás, viéndome y preguntándose, creo, si algún terminarán de nacer.

Cuídate.

Puppetmaster dijo...

hay odio, instintos homicidas, obsesion, delirio, desorden, ganas de dar vida a objetos que jamas la tendran... excelente.

Podria ser guión de un corto de Hitchcock.

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

WOW!

se super agradecen los comentarios!

Anónimo dijo...

El talento está respirando entre las líneas de esta prosa a la que no le hace falta pupitre. Gracias por este texto.

Saludos...

gallardo dijo...

Mónica Valentina, vine a leerte una vez mas, y como siempre me voy con un buen sabor. Me siento afortunado de saber que en este rinconcito de ciber espacio estas tu y tus cuentos maravillosos, llenos de realidad y de sarcasmo.
Lo he disfrutado, te lo digo en serio.
Te dejo, no sin antes desear que pases una felices fiestas junto a quienes amas.
Te dejo un beso, querida escritora de cuentos.

Blas Torillo Photography dijo...

Vale o Moni!...

Vine a dejarte un beso por el año nuevo. Ojalá que todo salga por lo menos como lo quieres y que encuentres lo que quieras encontrar y olvides lo que quieras olvidar.

Sigue escribiendo, para que pueda seguir aprendiendo de tus letras y tu inteligencia.

Sé feliz, ríe mucho, abraza mucho, sueña mucho.

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

lindo mi blas, no sabes cuanto me elogias, lindo en realidad todos ustedes, qeu son los mismos los que con el pasar del tiempo me siguen dando el animo que muchas veces flaquea.
gracias chiquillos, muchísimas gracias.
y blas, no te creas, qeu tan inteligente no soy!
gracias como sea!

gallardo dijo...

MV. el proximo post estara dedicado a ti, es una promesa.
Besos.

Unmasked (sin caretas) dijo...

MV

vengo a dejarte un abrazo, voy sin tiempo, y miralo a Gallardo haciendo promesas.

Atrevido....jajaj.

Besos

Petra

Anónimo dijo...

Hola, Corazón de Lucero, qué gustazo leerte, para que repetir lo que siempre he expresado en relación a tus cuentos.

Disfruto cada línea, cada frase que lograr coincelar, cada situación particularmente bien construida.

Algún día nos conoceremos? No sé.

Besos y besitos

El pupitre...perdon Walter

carlos gallardo dijo...

Acabo de caer en la cuenta de que esta es posiblemente tu casa, o no?

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

mi casa???
por favor!
la mía parece casa piloto!

Chris dijo...

- El día del pico. No he logrado escribir una sílaba desde que me ensartaste este maldito escritorio - pienso - Pronto, querida, pronto.

Muy buena frase que sirve para recrear un pensamiento masculino constante. Los instintos suicidas son entendibles cuando uno se pone en el lugar de quién escribe,lamentablemente la chica del cuento nunca asimiló ese lugar, quizás nunca supo que existía. El estercolero es común en cada persona que tiene una "orientación artística" marcada. Los pensamientos del protagonista no son rudos,son muy sinceros y abarcan más allá del sentimiento que este tuviera por aquél viejo pupitre, forman parte de su manera de ser. Definitivamente un incomprendido.

Saludos cordiales.