miércoles, 16 de enero de 2008

EL CETRO OMNIPOTENTE DE LAS CÚSPIDES


A cuatro mil ochocientos veinte metros de altura, postrado, agónico y medio desmembrado, está Antonio; el huraño del pueblo, el que nunca quiso a nadie, sólo a su Inelia y sólo a su manera, apática y mezquina, entregando siempre el mínimo, desconfiando de todo y de todos, menos de la cordillera y sus acantilados, esos que hoy lo han traicionado y ahí lo tienen, rogándole a Dios y al Diablo, pero su pierna ya no es su pierna y su sangre ya no es su sangre.

- Desperté por el frío; un frío ya descrito por un amigo caribeño quien, harto de las playas edénicas, atravesó Siberia en un invierno crudo, tan crudo que, ni las martas más peludas, hechas gorros, ni los osos más suaves, hechos mitones, lograban descongelar sus labios blindados con hielo ni devolverle la movilidad a sus dedos azules (azul de negro, azul mas bien morado). Para mí, en cambio, no era necesario ir a bordo del transiberiano para darme cuenta que, entre la nieve y las rocas, no estaba en donde pretendía.

Bastó que abriera los ojos para saber que ya estaba casi desangrado; que esa pierna ya no era mía, sino era yo quien le pertenecía y encadenado me tenía a ella.


Creo haber llegado casi hasta la cumbre y, aunque no recuerdo la caída ni sé adonde llegué, nunca me buscarán en este lado del volcán, en mi lugar secreto, el prohibido, en el que su cima me da la soberanía sobre todo lo que desde ahí puede verse; porque allá soy yo quien autoriza a las aguas para irrigar la urbe y los campos y soy yo quien autoriza al sol para izarse a mis espaldas; pero abandonado me tiene a la espera de su auxilio, sin importarle ver cómo mi cuerpo se va extinguiendo y pasa a formar parte del desfiladero como otra roca en la que, tal vez algún día, pueda leerse Cristo Viene.

Nadie pensará en buscarlo acá, en el lado de los rebeldes, el de los bobos eremitas; y aquí se quedará para siempre, en donde se congelará desde el mosto de su piel hasta la médula misma, llorando por lo que antes lo desplazó, contemplando lo que alguna vez fue su sangre.

- Debe ser la muerte que me acecha, la que pareciera haber anestesiado esta herida que me desarma e intenta convencerme que aún no es tarde para creer en la fuerza interior y todas esas mierdas de las que siempre me reí. Mas ahora sí que lo creería, de verdad lo haría y, si salgo de acá, prometo raparme y vestirme de naranjo, decir OM ciento siete veces al día, dejar el cerdo, la montaña y a Inelia; sí, a ella también la dejaría si con eso pudiera salvarme… mas no será necesario… porque ni ella ni el OM ni la montaña podrían devolverme lo que ya he perdido.

Ni si quiera él debe saber si está dispuesto a vivir entre la gente, a renunciar al silencio y a sus irremediables ganas de partir; porque no hay nada que le excite más que su continuo desafío a la muerte, sabiendo que, cualquier día, una piedra podría desprenderse y desperdigar, sobre las rocas, todo lo suyo: su cuerpo y su amargura.


Sobre la nieve y la sangre, ya cristalizada, está él con su pierna que lo mira con tristeza, augurándole el destino y, aunque el dolor no transa, no es este el que lo enloquece, sino el frío el que lo ciega y ha blindado sus labios, haciéndole recordar la historia del portoriqueño en Rusia, sabiendo, asimismo, que ninguna marta disfrazada de gorro ni la bañera más hirviente ni el mejor de los polvos, puede aliviarlo de ese frío que le subyuga.

- A ratos, confío en que sobreviviré y podré bajar de a poco hasta llegar a casa, en donde Inelia me estará esperando con la cama tibia y sus ganas de amar (las de siempre) y sanará mis huesos con sus dedos y lamerá mis heridas; yo le diré que vengo a quedarme, que trabajaré de terno para llegar, cada tarde, a envejecer con ella y convertirme en un hombre de ciudad, en uno que tenga amigos y sepa lidiar con el ruido, que acaricie su perro y escuche música; mas ella sabrá que todo es mentira, porque, mientras le hable, el monte ya me estará llevando.

Al ver lo que ahora era su cuerpo, reconoció la tumba, vaticinada tantas veces por su gente y recordó el olor de su madre y la voz de su padre; los pezones erizados de Martina y la primera vez que vio a Inelia; la premiación de atletismo y su primera cumbre; la maldita.

Sería más fácil si admitiera que ya no vale la pena esforzarse, que aunque su pierna aún fuese parte de su cuerpo, y este le obedeciera, no podría vencer al glaciar; en cambio, si cierra los ojos, el letargo se encargaría del resto y lo liberaría; después de todo, sabe bien que ya está acabado y que no lograría hacer creer a la muerte que sigue existiendo.

10 comentarios:

Blas Torillo Photography dijo...

¡Uff! ¡Que historia!

Me gusta tu estilo, me gusta la historia, me gustan las imágenes en mi mente y las fotos en la entrada.

Me gusta venir.

Besos.

Blas Torillo Photography dijo...

¡Y además, me encantan las fotos de las montañas!

Nomás para que no digas, te dejo ooootro beso...

Pre-kinder 2007 dijo...

Mónica, te comentaré de otra forma, sé que entenderás: una voz me dice todos los días "sal de tu mundo imaginario (montañas según el relato), toma una decisión y libérate, antes que te pierdas. Debo estar a uno 3 mil metros de altura en mis lugares secretos. Espero no me pase lo de Antonio.
Gracias por tu historia.

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

Muchas gracias chiquillos,
Bulcool, la decisión la tomé hace un par de días y hoy llegué a San Pedro de Atacama, a buscar fortuna.
Acá es fácil liberarse, tan fácil que también lo es terminar como Antonio.

Muchas gracias a los dos por ambos comentarios.

Miguel Angel Peláez dijo...

Yo he estado a aquellas alturas y de verdad que el mundo cambia, o cambias tú, o cambia tus sensaciones, o cambia el universo... Todo!!


Bss

Anónimo dijo...

Me frío, bueno acá hace mucho frío hoy, y como todos estamnos esperando la lluvia. Como naci en plena cordillera conozco ese frío que habla tu breve relato, y me he sentido congelado.

Me encanto tu estilo, el tratamiento de las palabras y el hilo continúo de tu relato.

Yo soy un enamorado de la montaña, talvez porque nací allá.

Te felicito, es un agrado leer a quienes tienen un buen estilo, sencillo, fácil pero con peso.

Dese Rancagua, Chile

Walter

Eduardo Waghorn dijo...

Me transportaste a las termas de Colina, donde estuvimos hace unos días...el aire frío y puro te invade los pulmones y el alma.
Entras a la poza, de unos 70ºC, y te beneficias de numerosos minerales.
Tu piel se tonifica, y tu memoria se cura.
Bella historia, bellas fotos.

Aveces, mientras camino al trabajo, fantaseo con ser un ermitaño de esos lares.

Capáz que un buen día, cuando no tenga cuentas que pagar...

MentesSueltas dijo...

Hola, pasaba a saludar y dejar un cariño desde Buenos Aires.

Historia contundente... encontrarás la paz necesaria.

MentesSueltas

Pictoricas Internas
ArguMentes

Loredana Braghetto dijo...

cómo has estado?

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

no muy creativa...
:(