ATILIO

Eran las últimas horas del 18 cuando me encontré con Atilio.
Estaba de espaldas en el suelo, junto a la acera, sobre la tierra, moviéndose lento y quejándose despacio.
Yo me asusté al verlo y me fui encima de él
- ¿Qué te pasó, Atilio??!!
- AAAAAaaaarrghhh… me atropellaron…
- ¿Y cómo estás? ¿tienes algo quebrado? ¿ves bien?
Preguntaba yo, convencida de poder hacer algún diagnóstico.
- Parece que sí, veo un poco nublado, pero ya veía así antes de que me atropellaran…
- ¿Y se escapó?
- Siiiiiiihhhhh…
- ¿Pero cómo te dejaron tirado? ¿viste quién fue?
Insistía con preguntas que no llevarían a nada, que, aunque me lo dijera, no pensaba en cruzar la calle en busca del culpable.
- Siiiiihhhhhh…
- ¿Quién?
- Un perro … gigaaaante …

- (…) Un perro

- Siiiihhhh… uno gigaaaante …
Yo me rascaba la cabeza, mientras miraba a mi alrededor, a ver si divisaba a alguien a quien poder endosarle la joyita que me había encontrado, cuando me di cuenta que sus manos estaban magulladas y sangrantes.
- ¿y qué te pasó en las manos? ¿te mordió también?
El las levantantó lentamente para ponerlas frente a sus ojos y recién al verlas, recuerda que las tenía heridas.
- Nooohhh…esto me lo hice cuando iba saliendo de la foooohhnda
- ¿cómo? ¿te las apretaste en la puerta?
- Nooohh … me las pisaaron …
Lo imaginaba reptando entre la gente, abriéndose paso con los codos, y dejando una huella en el barro con la punta de la nariz y, aunque pensé en insultarlo y ayudarlo a ponerse de pie (a patadas), no fue necesario porque, entre dos lo levantaron y, a coscachos y empujones, fue encerrado en el furgón.

Se veía lindo tras la ventanilla.

Un poco triste, eso sí.

Y pequeñito.