ANGELES Y MASCOTAS

Jacinto siempre tuvo mascotas.

Acuarios multicolores, llenos de plantas plásticas y restos de naufragios; ruidosas pajareras, roedores deportistas y todo tipo de mamíferos pequeños y baratos.

Conejos tuvo varios, pero fue Pilihuín el que conoció la verdadera identidad de este nieto de mano, siempre atento a las a las historias de la abuela y siempre dispuesto a seguir sus instrucciones.

- La carne de conejo es blanca, blanda y muy sabrosa, – le decía Noelia - mucho mejor que la del pollo. Para deshollejarlo, le haces un corte en una de las patas traseras y con un lápiz bic lo inflas igual que un globo.

Yo creo que más que la carne, fue lo del lápiz lo que convenció a Jacinto de arvejar a su mascota.

- Fíjate bien: – seguía la octogenaria - con el costado de tu mano tiesa y bien estirada, se le da un golpe seco en la nuca.
Y agarrándolo con una mano de las orejas, le da el golpe de una anciana que hace cuarenta años compraba pollo, ya faenado.

El conejo empezó a defenderse como lo haría un contorsionista electrocutándose, entonces ella lo asió de la cabeza y las patas traseras para que fuese su nietecito quien le diera el toque de gracia, pero su fuerza era aún la de un niño y después de varios golpes, ya no podía estirar bien sus dedos, así que con un madero le dieron cuatro o cinco veces y al ver que, de alguna manera, este amortiguaba, siguieron con una roca pequeña. La sangre ya había teñido gran parte de su felpudito blanco y Pilihuín seguía pataleando.

Bajo el palto y hace ya 15 años, estaba la antigua bañera, siempre llena de agua de lluvias de inviernos remotos y bichos que creyeron tener escamas. No sé si para bien o para mal, después de haber refrescado su cabecita, terminó, finalmente, el exterminio.

Yo no sé si ese hecho habrá causado algún cambio en Jacinto; lo que sí sé, es que, desde ese día, nunca más volvió a tener mascotas.