viernes, 12 de diciembre de 2008



GELIDO


Salió temprano esa mañana.

Dice Matilde que se cruzó con el diario que voló desde la calle para caer sobre la plasta que Vulcano acababa de montar. Mas él no vio ni el periódico ni la plasta ni el vaho gélido que salía de su boca pastosa, haciéndole recordar la cena de la noche anterior en la que empezó exagerando con el pisco sour, luego con el vino y, por sobre todo, con los últimos dos whiskys. Pero fueron las aceitunas las que peor le hicieron, siempre le cayeron mal y con mayor razón si eran verdes y antes del lomo a lo pobre.

Esa mañana, hace casi quince meses, en la que salió cuando aún no aclaraba, Vlado tampoco se dio cuenta del hielo que cubría el pavimento. Ni siquiera escuchó los alaridos de los insectos que, inmovilizados bajo el vitrificado de agua sólida, rogaban por el primer rayo de sol que liberaría sólo a los más fuertes.

Matilde dice que mi hermano la abandonó. Que la noche anterior lo notó escurridizo y muy pensativo y que, al irse a acostar, ella ya estaba dormida; que llevaba varios días inapetente y que, incluso, hubo uno en el que dejó la cama hecha. Cuenta también que una semana antes de partir, llegó con unos pendientes de topacio azul que ella le había mostrado catorce veces. “No hay nada más sospechoso que después de 22 años de matrimonio, llegue, por primera vez, con una joya. Eso sólo sugiere una mente atormentada por la conciencia que no encuentra la manera de acrisolarse. A mí no me vengan con cuentos, el hombre no se vuelve romántico de un día para otro. Le pedí tantas veces que me regalara esos aros y venir a hacerlo cuando ya tiene mi nombre bajo un rayón negro, lo encuentro de un cinismo heroico”.


Mi madre, que es la suya también y devota de Vlado en un grado excesivo, dice que se fue en busca de una mujer que estuviese a su altura: reservada, complaciente, casi virgen; no como esta que lo sigue esperando: indiscreta, contestadora y libertina. “¡¿Es que nunca se va a callar?!”, solía decir nuestra santa madre cuando ella empezaba con sus historias interminables, medio mezcladas y en las que los finales eran siempre o casi siempre la adaptación de un chiste viejo y, por lo general, no muy decente.

En una ocasión, dijo haberla oído decir que la monogamia va contra todos los instintos del humano, quien, al no poder cumplir las normas de la moral y buenas costumbres, se transforma en un perfil social despreciado al que se le obliga a andar, a hurtadillas, por habitaciones de sábanas recién planchadas y olor a espray desinfectante. Que sólo los tristes paquidermos plomos, lentos y arrugados pueden adecuarse a este sistema tan inhumano, pero que ni perros ni patos ni peces son capaces de sobrellevarlo.

Mi madre insiste que, en su caso, ella también la habría dejado,
pero hace ya mucho tiempo; que Vlado debe andar de lino blanco luciendo collares de amapolas en una playa colmada de paparazzis, acompañado de aquella rubia natural con la que, dicen, se le vio en el Casino de San Bartolo. El siempre negó haber estado en San Bartolo, sin embargo yo vi las fotos y aunque podría haber sido otro tipo, perfectamente podría haber sido él. Mi madre tercamente quiso creerlo y, a estas alturas y tomando en cuenta las circunstancias, es mejor que así sea.


El que más insiste con su teoría es Simón, su socio, o mejor dicho, quien fue su socio: Vlado solía decirle que en Siberia , las únicas mascotas que encuentras son los perros Siberianos y algunas variedades de gatos raros (por seguro todos muy peludos). Decía que una tienda de mascotas por esos lares, podría llegar a transformarse en una poderosísima cadena a todo lo ancho de la Rusia entera, puesto que, aparte del mismo animal, cada mascota llevaría su ropa de abrigo, para poder enfrentar la temperatura extrema a la que sería expuesto.

Matilde investigó sus tarjetas de crédito y el último giro fue registrado hace casi 15 meses, dos días antes de cruzarse con el diario aterrizado sobre la plasta del que fue su perro. También indagó el auto en el que se fue aplanando a los bichitos esperanzados en volver a caminar en cuanto el sol sonriera, pero ni en las desarmadurías ni en las aduanas ni en los cuarteles policiales pudieron darle ningún rastro.

El delantero de su equipo de los sábados, dice que lo vio en el noticiario del 12, cuando mostraron a algunos rehenes de la guerrilla colombiana. “No se veía nada bien. Está muy delgado, casi irreconocible, lo confundían con un tal Pablo Copiñez, gerente de una de las empresas de combustible más reconocidas de ese país. Están pidiendo un rescate millonario que el dueño no está dispuesto a pagar. Se escuda en las malas compañías del señor en cuestión y de la poca fiabilidad de los terroristas a la hora de liberar a Copiñez cuando tengan el dinero. Lo que esta gente no entiende, es que tienen al hombre equivocado y que a Vlado sólo podrán sacarle algunas lágrimas y malos olores. Nosotros no pudimos, siquiera, sacarle un gol, aunque sí varios asados bien cargados a las entrañas, la grasa y al exceso de alcohol”.




Hace ya varios viernes, salió en primera plana que, a la fecha de este año, van 26 chilenos desaparecidos en nuestras costas.

Entre los bañistas imprudentes y los paseantes solitarios que deambulan por las rocas y rompeolas, son muchos los sorprendidos por la garra voraz y blanca del mar. Te cubre con violencia, luego te envuelve para arrastrarte roca abajo y hundirte en el agua, en donde recién empieza el martirio que te llevará a la muerte fría e inesperada.

Quién sabe si Vlado fue el número 20 del año en curso. Tal vez su cuerpo fue devorado por peces y crustáceos carroñeros, que antes de digerir a mi hermano, fueron
capturados y vendidos por Don Gregorio, para ser cocinados por mi esposa y dármelos al medio día en una paila de greda hirviente. Tal vez mi cuerpo hoy intenta defenderse de los males que Vlado portaba con alevosía y son esos los que a veces hacen que mis ojos se nublen ante el escote de mi alumna cuando me amenaza con sus pechos asesinos. También es Vlado el que me incita a recortar las propinas cuando los demás comensales se están poniendo de pie. Ese no soy yo. Tampoco soy yo el que le está cortando las flores que se asoman por la reja de la vecina para llevárselas a mi señora, ni el que cambia los precios de los productos en el supermercado.

Adela, mi esposa, siempre dijo que él era un sinvergüenza, que era capaz de engañar a un mendigo viejo y ciego y yo, a ratos, creo que puede ser cierto.

Hoy la policía visitó a Matilde.

No hubo necesidad de hablar.

Al verlos, ella les mostró su palma cetrina y, al bajar la vista, sólo vieron de ella sus ojos como medias lunas y unas ojeras que, en un segundo aparecieron y en otro se llenaron de agua. Ella no quiso saber nada ni permitió que le dijeran una palabra por temor a que lo hubieran encontrado en una cabaña frente al mar con dos copas de vino blanco a medio beber.

Sobre la mesa, los oficiales le dejaron escrito, un papel que especificaba la causa de su muerte y el lugar en el que fue encontrado: camino a la montaña, en donde solía ir a esquiar durante los inviernos, se había desbarrancado por causa del hielo que seguía sin sol. Cayó 30 mts. farellón abajo y ahí se quedó quince meses, escondido entre las rocas y arbustos.
Matilde nunca lo perdonará. Vlado no llevaba esquíes.

6 comentarios:

Diegobocarde dijo...

Toda la razón, completa y absolutamente esquizoide.


Alejandro Esquizoscuro.

Puppetmaster dijo...

Como siempre me lo imagine todo. Increiblemente bien narrada la historia.

saludos

gallardo dijo...

Volviste, y sorprendes nuevamente.
Esta historia me tomo descuidado, quería que me la contaras como yo se, pero me la contaste como tu querías, y eso me obligo a ponerle atención.
Esta historia tiene algo quebrado en su construcción, y eso es lo que le otorga dramatismo.
Los fragmentos en realidad están contados casi en forma aséptica. Con una precisión periodística muy académica.
Es la suma de los componentes lo que conforma el cuento.
Esta es una primera lectura, así que no te extrañe que insista en un futuro próximo.
Besos

Anónimo dijo...

Si, volvio, se le extrañaba bastante.

Del relato, aparte de bien narrado como siempre...me quedo la impreón que en medio de la incertidumbre y el presagio de que algo malo ocurrio...siemopre pensamos en lo negativo...lo de los esquies...es lo positivo o la lamentación (que habría pasado si lleva sus esquies?). Lo habrían encontrado igual pero con los esquies puestos.

Un abrazo

Walter

Mónica Gutiérrez Pereira dijo...

Qué gusto tenerlos a todos de vuelta por aqui!!!

La diferencia está en que si iba a esquiar, no hay problema. Por el contrario, si se dirigía a ese lugar sin esquíes, había gato encerrado y con la fama del pobre finado...

Influye en cómo se libera al muerto a la hora de despedirlo. Si con el mejor de los recuerdos o más bien con rabias y sentimientos un tanto ocultos.

Lo triste, en este caso, es que Matilde nunca podrá saber a que iba y de la misma manera, nunca podrá perdonarlo.

Plop!

Claudio Lautaro dijo...

Uuf..fuerte post Monica..bueno yo hace tiempo no posteaba en ningun lado ni en mi blog tampoco y em encontre con tu post que hace reflexionar de verdad..muy bien...saludos.. Claudio